Era noviembre de 1975 cuando el Profesor Juan José Caruso decidió utilizar la segunda mitad de su clase de Historia para preguntarnos qué es lo que haríamos el año próximo.
Disfrutábamos nuestro momento de gloria adolescente; terminabamos el quinto año del colegio secundario cuando todavía teníamos en nuestras retinas la despedida de Sui Generis en sus dos recitales en el Luna Park del 7 de Septiembre con más de treinta mil personas.
Fue entonces cuando “Mingo” (así le llamábamos a Juan Domingo sus compañeros), a su turno, se puso de pie al lado del pupitre y dijo:
-Mi intención es ingresar al Ejército Argentino, señor-
Su respuesta no fue la esperada por el profe ni por la mayoría del curso. Solo los más allegados a Mingo, sabíamos de su decisión.
-¿Al ejército?- interrogó el profe con expresión de sorpresa para agregar -¿Y para qué vas a ingresar al ejército?-
-Para servir a mi patria, señor- fue la respuesta de Juan.
Juan Domingo Baldini fue uno de mis mejores compañeros del secundario, educado en un hogar humilde, austero, peronista y católico, gozaba del reconocimiento de sus compañeros y de las autoridades del "Lujan". Su natural liderazgo y un carácter piadoso y paternal lo predisponían a resolver los problemas del grupo.
Para aquellos que hoy no tengan más de treinta años, quizá sea necesario recordar que en el tiempo en que tuvo lugar éste diálogo la Argentina vivía momentos complicados. El deterioro del gobierno aumentaba en la misma proporción que la violencia.
Sólo en el año 1975 los muertos por causas políticas llegaron a sumar ochocientos sesenta. La inflación alcanzaba al 330 por ciento. El gobierno decretó una devaluación del 150 por ciento y un aumento de tarifas del 200 por ciento que pasó a la historia como “El Rodrigazo”.
Unos años antes, desde comienzos de la década del setenta, había sido fundado el Ejército Revolucionario del Pueblo para encarar una guerra revolucionaria obrera y socialista según los conceptos de Mao y del Vietcong.
Otra organización guerrillera, que se identificaba con la izquierda peronista, también había desarrollado su lucha armada. Eran los Montoneros, que tenían entre sus objetivos fundacionales la desestabilización del gobierno de facto que gobernó el país entre 1966 y 1973.
Estas organizaciones realizaron incontables ataques a objetivos del ejército en diferentes puntos del país. La ciudadanía, harta de la violencia, la inseguridad y del caos económico, comienza a descreer de la democracia. El reclamo de orden se extendió a todos los sectores y el 7 de Octubre, la presidenta Isabel Perón, encarga por decreto a las Fuerzas Armadas el cuidado del orden interno y la lucha contra la subversión. Múltiples hechos de violencia se suceden ese año.
Para el mes de diciembre de 1975 terminábamos las clases y la vida se arremolinó alrededor de cada uno de nosotros impulsándonos hacia diferentes rumbos.
El verano del setenta y seis me encontró preparando los exámenes de ingreso para la facultad de Ciencias Económicas y a Juan Domingo dando sus primeros pasos en la rigurosa vida militar.
Nunca más volvimos a vernos. Hasta hace unos pocos días en que Juan y yo nos volvimos a ver en esos misteriosos e infinitos pasillos de la vida, donde, quien sabe porque razón y maniobra de Dios, los distintos universos hicieron permeables sus fronteras y nos dejaron volver a encontrarnos.
Las últimas noticias que había tenido de Mingo las recibí poco antes de terminar el conflicto de Malvinas, cuando llegaron a mis oídos unas palabras de una carta que él le había enviado a sus padres: “Sea como sea, me quedaré en éstas islas”. Poco tiempo después tuve las peores noticias. Pero nunca supe los detalles.
Fue en abril de éste buen año de 2012, nada menos que cuando se cumplían los primeros treinta años de la Guerra de Malvinas, que recordé a Mingo con intensidad.
Claro que, si fuera coherente con lo que pienso, debería decir que fue Mingo quien se me acercó, porque siempre sostuve que cuando recordamos a un ser que se ha ido de éste mundo conocido, lo que realmente ocurre es que ese ser se nos acerca a tal punto que nosotros podemos percibirlo y, como no sabemos nada acerca de esa percepción, solo creemos que se trata de un recuerdo.
Sea como fuere, al cumplirse treinta años de la Guerra de Malvinas algo me impulso a averiguar qué había pasado con mi compañero del secundario y fue entonces cuando supe la verdadera historia de aquel muchacho humilde, austero y valiente, que hizo argentino el suelo donde decidió descansar.
Juan Domingo Baldini había llegado al grado de Subteniente y con sus inexpertos y valientes 24 años de edad fue designado al mando de la 1ra Sección de Tiradores de la Compañía B “Maipú” del Regimiento 7, en la ladera oeste, que fue destinado a cubrir posiciones en Monte Longdon, a tan solo catorce kilómetros de Puerto Argentino.
El Regimiento 7 había arribado a Malvinas el día 14 de abril de 1982, siendo desplegado al cordón defensivo conocido como “Cordón Plata” que cubría el sector noroeste de Puerto Argentino y abarcaba las alturas de Monte Longdon y Wireless Ridge, constituyendo la primera y más importante línea defensiva en el avance ingles.
A partir del primero de mayo las posiciones argentinas debieron soportar continuamente el fuego naval y aéreo, intensificándose notablemente a partir del día 9 de junio en que se suma la artillería de campaña inglesa como preparación del inminente combate.
El enemigo ya había sobrepasado las posiciones de Darwin y Pradera del Ganso. En esos días los pelotones del Regimiento 7 debían dormir por turnos en los pozos de zorro cavados en la tundra alrededor y encima del monte.
El atardecer del viernes 11 de junio fue otro día más de cañonazos intermitentes provenientes de los buques británicos Avenger, Glamorgan y Yarmouth, pero el destino tejía una historia triste.
Esa noche de Junio de 1982, mientras en el continente pretendíamos ignorar la gravedad de la situación y creíamos que la vista de Juan Pablo II a la Argentina pondría fin al conflicto con Inglaterra, en las islas se preparaba uno de los combates más sangrientos y crueles de la guerra de Malvinas.
Las fuerzas argentinas se encontraban en sus posiciones sufriendo una impertinente llovizna, bajo una luna engañosa y cobarde que trataba tímidamente de advertir las tristes horas por venir.
A las nueve de la noche, sumergido en una densa niebla que impedía que la visión alcanzara más de unos pocos metros, el Subteniente Baldini informa que el enemigo ha logrado alcanzar las proximidades de sus posiciones y se empeña en combate a distancias cortas, aprestándose a ejecutar un contraataque sobre su flanco derecho.
El joven subteniente multiplica sus esfuerzos alentando a sus valientes hombres con el objetivo de desalojar a las fuerzas enemigas de la altura. Para llevar a cabo esta acción, reúne un pequeño grupo de soldados de su sección e infantes de marina, y se prepara para el ataque.
Debajo del monte, unos cuatrocientos paracaidistas del Tercer Regimiento Real, experimentados soldados profesionales con rigurosos niveles de instrucción y organización de la OTAN, se aprestaban para el avance cuesta arriba. Se les había ordenado formar en línea para luego impartirles la orden de calar bayonetas.
En lo alto de monte, el cabo Oscar Carrizo terminaba de asegurar el cambio de guardia y se aprestaba a dormir un rato, cuando un repentino sonido proveniente de más abajo le hizo aguzar el oído. Sonaba como “clunck click”...
...Se dio cuenta de inmediato de qué se trataba: era el característico ruido que emiten las bayonetas al calarse al fusil y atinó a salir corriendo a las trincheras para despertar al resto de los defensores.
No muy lejos del lugar, el cabo británico Brian Milne pisa una mina antipersonal que le arrancó una pierna. La explosión, y el alarido posterior, pusieron de sobre aviso al Segundo Jefe del Regimiento de Infantería 7 ubicado en monte Longdon, el Mayor Carlos Eduardo del Valle Carrizo Salvadores que inmediatamente se puso al habla con el Subteniente Juan Domingo Baldini y le advierte que los británicos estaban muy cerca.
El joven subteniente, que escuchaba por Radio Colonia la repetición de las palabras del Papa Juan Pablo II en su visita a Luján, sale corriendo de la carpa para despertar al soldado Daniel Scali a quien estaba cuidando porque estaba descompuesto. -¡Gordo, ponete el casco que vienen los ingleses!- le grita, para luego salir a enfrentar el avance enemigo. Lo siguen detrás los cabos Orozco y Ríos.
De inmediato se inicia el infierno. El cielo quedó iluminado por las bengalas, el fuego de morteros, misiles Milan y la artillería de campaña de los británicos, que protegía el avance de sus paracaidistas que se lanzan sobre los hombres del Regimiento de Infantería 7 superándolos en posición de 4 a 1.
Las crónicas de soldados ingleses dicen: “Inmediatamente el enemigo inicio un fuego concentrado de ametralladoras, morteros y artillería. Un búnker argentino defendido por una ametralladora y cierto número de tiradores, dispara sin cesar una serie de descargas mortales hacia nosotros” ...
El pelotón del Subteniente Baldini quedó encerrado por el fuego británico. El enemigo había sorprendido a nuestros hombres que estaban cansados, mal alimentados y en inferioridad de condiciones.
Dios cerró sus ojos. Hizo lo que pudo, pero no podía avanzar sobre el libre albedrío de los hombres. Solo le quedaba estar ahí, para tenderle la mano a los caídos en combate y llevarlos a su gloria. Después de todo, la guerra es una circunstancia inentendible de los hombres, donde aquellos que no tienen nada en contra de quienes no conocen y ni tan siquiera saben su rostro, se matan por ordenes de quienes sí se conocen y hasta conversan "amistosamente" las circunstancias de sus desaveniencias.
La batalla por las posiciones del subteniente Baldini en cercanías del río Murrell rugió constante. Sus hombres combatían de distintas posiciones oponiéndose a las tropas del veterano mayor Mike Argue -ex SAS-, jefe de la Compañía B del 3 PARA que atacaba el monte.
El Soldado Flores sale con su arma preparada del pozo de zorro y recibe varios impactos que lo hieren.
Al verlo caer, el Subteniente Baldini sale de su posición para ir a auxiliarlo. Acciona la MAG contra los atacantes y dispara la ametralladora hasta que el mecanismo se le traba al encasquillarse un cartucho de munición de 7,62 mm.
Bajo el hostigamiento del fuego ingles, Baldini intenta destrabar la MAG con una bayoneta de FAL, pero sus esfuerzos resultan infructuosos. Sin perder un minuto, porque los británicos ya estaban por todos lados, toma su pistola Browning de 9 mm y continúa disparando al enemigo que se les venía encima.
Baldini pudo optar por ponerse a salvo del ataque enemigo, pero como era un valiente, decidió ayudar a Flores. Para poner a cubierto a su compatriota les da la espalda a los británicos y es acribillado desde menos de siete metros.
El joven subteniente Juan Domingo Baldini cae herido de muerte pero su mano sigue sosteniendo con firmeza su pistola.
Los cabos Pedro Orozco y Ríos son muertos de inmediato, uno a balazos y el otro bayoneteado en el estómago por un integrante del pelotón 6 al mando del cabo Heaton.
-¡Mataron a Baldini!- alcanzó a gritar el soldado Daniel Scali. Los valientes conscriptos forman un círculo alrededor de los cuerpos de Baldini y Flores, y les disparan a todo lo que se mueve.
Los ingleses calaron bayonetas en sus fusiles y lucharon cuerpo a cuerpo con el resto de los argentinos dispersos allí. En este avance murió también el teniente Alberto Ramos.
Muy cerca de ellos, el británico Kevin Connery divisa una silueta a 25 metros y grita -¡Alto!- pero recibe una dura respuesta: -¡Andate a la puta madre que te parió, inglés de mierda!- Connery dispara, y otro valiente argentino es abatido.
Súbitamente aparece otro argie, al que también le dispara. El hombre cae pero se levanta al instante. Espantado, Connery hace fuego otra vez, junto con su compañero Johnny. Pero ante el asombro de los dos, el argentino se incorpora sobre sus rodillas. Su compañero grita y le arroja una granada que lo golpea y rebota cerca sin explotar. El argie (así llamaban los ingleses a nuestros soldados) se arrastra hasta la granada y amaga arrojársela a ellos. Ambos quedan mudos de asombro, pero la granada explota, matándolo en el acto. Ante semejante muestra de arrojo y resolución, Connery reflexiona: -Si los demás argies combaten de esa manera, vamos a tener una noche muy larga-
En la noche del 11 y el 12 de junio de 1982, a 14 kilómetros de Puerto Argentino se libró la batalla más cruenta de la guerra de Malvinas. El combate duró doce horas continuas, costó la vida a 31 argentinos y 23 ingleses y dejó 167 heridos de ambos bandos. El RI 7 no tuvo un solo desertor. Y luchó hasta el fin.
Una lucha terrible, cuerpo a cuerpo y a bayoneta calada entre 450 ingleses y 278 argentinos, donde los ingleses pagaron muy caro cada metro de terreno ganado a los enardecidos y valerosos soldados argentinos.
Un valor inesperado que tiempo después hizo decir al comandante de la 3ª Brigada de Paracaidistas británica, Brigadier Julian Thompson: “Estuve a punto de sacar a mis muchachos de allí. No podía creer que esos adolescentes disfrazados de soldados nos estuvieran causando tantas bajas”.
Entre esos valientes estuvo Mingo, mi compañero del secundario que en el año 1975, cuando estábamos terminando el quinto año en el Instituto Educacional Argentino Nuestra Señora de Lujan, respondía a la pregunta del profesor Caruso diciendo: -Mi intención es ingresar al Ejército Argentino…Para servir a mi patria, señor-
Juan Domingo Baldini, había nacido el 13 de Febrero de 1958 y a sus 24 años hizo argentino el suelo donde decidió descansar.
Con acierto alguien afirmo: “Que vaya al frente, y si ha de morir por la causa que lo haga como el Teniente Juan Domingo Baldini: en defensa de sus hombres entró a la gloria con el arma fuertemente aferrada en su mano, de tal forma que, en un gesto de grandeza, el oficial inglés que lo sepultó ordenó enterrarlo con ella, como tributo a su valor”
El soldado Fabián Pássaro se refirió al Subteniente Baldini (comandante de su pelotón) diciendo "Al principio todo era normal, hasta que empezó a llegar una sola comida caliente por día, y después ya no llegaba casi nada. Pero el oficial que estaba con nosotros, el subteniente Baldini, se preocupaba mucho por ese tema. Un día dijo que así era imposible, que no podía ser, y mandó a buscar más provisiones abajo. Además, nos permitía reforzar lo poco que llegaba con ovejas. Baldini hacía lo que podía, pero tampoco podía estar en todo, pobre tipo." Los Chicos de la Guerra: Hablan los soldados que estuvieron en Malvinas, Daniel Kon, p. 179, Editorial Galerna, 1982.
Es probable que Mingo ya había sido avisado y estaba absolutamente "arreglado" para recibirla.
Confío que ella le haya avisado con tiempo porque escuchó nuestro pedido cuando Mingo, junto a todos sus compañeros del Luján, en el tren que nos llevaba a Bariloche en el viaje de fin de curso, cantábamos con desparpájo:
Te suplico que me avises
si me vienes a buscar
no es porque te tenga miedo
solo me quiero arreglar ...
Mi homenaje a "Mingo"
Un compañero del colegio secundario que hizo argentino el suelo donde decidió descansar
Pedrovivo
Junio 2012
Si querés hacer algún comentario podes enviarlo a pedrovivo_@hotmail.com
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La guerra es una circunstancia inentendible de los hombres, donde aquellos que no tienen nada en contra de quienes no conocen y ni tan siquiera saben su rostro, se matan por ordenes de quienes sí se conocen y hasta conversan amistosamente las circunstancias de sus desaveniencias
Galtieri, Costa Mendez y Alexander Haig